domingo, 15 de febrero de 2015

Entrevista a Fernando Morote - Paolo Astorga

Entrevista a Fernando Morote
Los textos deben hablar por su autor; el autor no debe pasarse el tiempo hablando de sus textos”.



Entrevista realizada por: Paolo Astorga


¿Desde cuándo comenzó a escribir? ¿Por qué?
Empecé a escribir desde niño como una manera de liberar tensiones.

¿Qué es para usted ser escritor?
Un acto de lealtad conmigo mismo.

Cuéntenos sobre su vida, sus obras, sus proyectos, su actividad literaria.
Estudié en un colegio italiano y fui a una universidad nacional. Consumí drogas por 15 años. Quise ser abogado, también probé la actuación, además hice cursos de creación literaria. Luego inicié un proceso de recuperación personal y retomé la escritura como vocación. He escrito dos novelas, un libro de relatos y un poemario. Hace poco he terminado un nuevo libro que estoy viendo cómo publicar. Colaboro con revistas de Lima y Madrid, donde escribo artículos culturales y de cine clásico.

¿Cómo define su narrativa?
Uso un lenguaje directo, mezclando términos académicos con palabras sucias para crear un efecto de humor. Construyo las historias siguiendo un esquema de fragmentación de escenas. Exploro siempre nuevos formatos.

¿Cree que el escritor es un ser obsesivo?
Lo es por naturaleza. Más allá de eso, el escritor debe ser siempre un provocador.

¿Qué escritores o poetas han influenciado en su producción literaria?
Ribeyro y Kafka.

¿Qué tan importante para usted es la literatura?
Tanto como para permanecer alejado del cementerio, la cárcel o el manicomio.

¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
El escritor debe estar comprometido principalmente con su vocación. Lo demás es para los demás.

¿Cuál es el fin de su narrativa?
Reconciliarme conmigo mismo.

¿Cómo ha cambiado su lenguaje literario a través de los años?
Al mudarme de país, se ha enriquecido con el choque cultural. El ejercicio diario, las lecturas y la apreciación de otras disciplinas artísticas le van otorgando cada vez más pistas nuevas de desarrollo.

Dentro de su  producción literaria, ¿Qué obra elegiría usted por optar en una en especial?
Cada una representa un reto diferente. Todas cumplen su función dentro del grupo. No puedo poner a una por encima o por debajo de la otra.

¿Qué hace antes de escribir?
Ponerme como un demonio. Cuando finalmente empiezo, me pongo peor. Necesito hacer varias cosas a la vez –como escuchar música, ver una película, leer partes de un libro- para mantener un cierto equilibrio.

¿Qué es para usted un buen libro?
Un objeto de arte que desafía al lector y le produce algún tipo de deleite físico, mental o espiritual.

¿Qué opinión tiene usted sobre la narrativa que se publica en la actualidad?
Igual que siempre, hay buena y mala. Por lo general unos tienen el talento, otros la fama.

¿Cómo ve usted hoy por hoy la industria editorial? ¿Cómo autor, qué soluciones le daría a este problema?
Ganar más dinero trabajando en algo que no tenga que ver con la literatura. Escribir no cuesta nada, pero publicar es muy caro.

¿Cree en los concursos o certámenes literarios?
Einstein tiene una frase genial que lo explica de manera clara y simple: "No todo lo que cuenta puede ser cuantificado y no todo lo que puede ser cuantificado cuenta".

¿Qué opina de las nuevas formas de difusión literaria por Internet, como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura, redes sociales, entre otras?
Cubren un espacio que estaba vacío. Proveen oportunidades que antes no existían.

¿Cuáles son las obras que recomienda leer?
“La palabra del mudo” de Julio Ramón Ribeyro, “El proceso” de Franz Kafka, “El filo de la navaja” de Somerset Maugham, “A sangre fría” de Truman Capote, “El lobo estepario” de Hermann Hesse.

¿Cuál es el consejo que daría a los escritores que recién se inician en la narrativa?
Nadar contra la corriente.

Por último: ¿desea agregar algo más?
Los textos deben hablar por su autor; el autor no debe pasarse el tiempo hablando de sus textos.




Cuento del autor


Pájaros madrugadores


A pocas horas de amanecer, saliendo bien enfundado del “Juanito”, me encontré después de mucho tiempo con el poeta Coco López. Marginado por su familia, rechazado por los vecinos, desahuciado por todo el mundo, estaba igualito que siempre: flaco, encorvado, anteojudo, tronado y sucio. Pero lúcido. En estado cuneiforme, además. Apenas me vio, sin saludarme siquiera, me soltó a boca de jarro una andanada de poemas míos escritos varios años atrás. Luego me dio un abrazo y declaró que nunca dejó de admirar mi estilo descarnado de escribir. “Despojado de cojudeces líricas”, remarcó. En un segundo me pareció que estaba enamorado de mí. O que al menos yo le gustaba, porque el resto de la noche no perdió la oportunidad de tocarme. Coco López es un poeta con tendencias muy respetables.

Me invitó a su casa. Una vivienda de 2 pisos, con amplios salones, enormes ventanales y patio interior. El curioso detalle era que no tenía un solo mueble. Resultaba obvio que en un tiempo había sido el hogar familiar, pero ahora tampoco se podía negar que todos habían huido, dejándola abandonada. Y a mi querido amigo junto con ella.

Lo primero que hizo al llegar fue mostrarme su dormitorio. Un espacio vacío rodeado de libros, sólo un colchón sin sábanas ocupando la mitad del piso. En un rincón un viejo televisor malogrado sobre una mesita con ruedas. El resto del decorado estaba compuesto por un abanico de lapiceros, ceniceros, vasos, botellas, cigarros, tragos y residuos de drogas desperdigados por todas partes. Lo que quedaba de la noche se perfilaba, con todos esos elementos alrededor, como una experiencia altamente productiva.

—Dirás que soy un loco o un huachafo —dijo Coco, sentándose sobre el descolorido suelo de parquet en posición flor de loto—, pero el único consuelo que tengo es que ninguna mujer se acercará jamás a mí por interés.
Yo lo imité, sentándome de la misma manera frente a él.
—Tengo mis dudas —dije—. Y muy serias, mi querido Coco.
—¿Por qué?
—Mis dudas nunca se ríen.     
—Escucha bien esto, amigo: Para mí, hacer el mínimo esfuerzo es un gran esfuerzo.
—No pierdes la costumbre de ser un charlatán.
—Que desdeñe el apego por los bienes materiales no significa que me obsesione por vivir en la miseria.
—Entiendo muy bien eso.
Coco buscó una botella. Todas estaban vacías.
—Dame un minuto.
Se levantó y caminó unos pasos hasta el baño. Escuché que abrió y cerró una caja de metal. Regresó con un frasco de plástico en la mano. Etiqueta blanca, letras rojas.
—Es lo único que tengo. ¿No te molesta?
No me gustó mucho la idea, pero ya que estaba montado en el caballo había que continuar.
—¿Tienes algo con qué mezclarlo? —pregunté.
—Lo dudo, pero puedo buscar en la cocina.
Asentí. Se fue de nuevo y volvió al rato cargando una jarra de loza.
—¿Qué es? —indagué.
—Emoliente.
Tampoco me gustó mucho la idea, pero no quería volver a casa tan temprano.
—Ahora es cuando recién estoy completo —Coco trasegó el contenido del frasco a la jarra e hizo un movimiento circular para mezclar los líquidos—. No me falta nada: me han dicho que huelo mal, que me corte el pelo, que me asee; le debo a todo el mundo; me llevaron preso, pasé 12 horas en cana; en fin, ¿qué más puedo pedir? Llevo una vida de contrasuelazos. Para superarlo me he impuesto la misión de convertir toda la basura que me rodea en arte.
Entonces me extendió un vaso de plástico y me sirvió un trago.
—Hay errores en la vida que tienen efectos creativos —dije.
El emoliente estaba helado. Pero el alcohol yodado me hizo hervir las entrañas. Nunca antes había experimentado tal sensación de ardor en el esófago. Supuse que después de esa noche podía quedarme ciego. No entendía cómo Coco podía mantener el aplomo.
—Quiero sobrevolar por las cumbres, como los cóndores —ésa fue casi una declamación del gran Coco—. No reptar en los pantanos, como los gusanos.
—¿Sabes que no estás solo? —me atreví a animarlo—. Abraham Valdelomar era morfinómano, Cesar Vallejo fumador de opio…
—No tenía idea.
—Sin embargo hoy el Perú los admira y adora….
—¿Crees de verdad que el Perú los admira y adora?
—No lo sé. En todo caso, no importa. Lo realmente valioso es lo que nos dejaron a ti y a mí como ejemplo a seguir.
—Vallejo siempre me ha perturbado.
—¿Porque se drogaba como un demonio?
—No, porque no lo entiendo. Aristóteles decía que lo raro despierta admiración. Y Vallejo es absolutamente raro, ¿no te parece?
Coco extrajo de su bolsillo un panfleto escrito a mano. Los textos en rojo, me dijo, eran consecuencia de la producción y descripción de imágenes visuales desarrolladas bajo estado hipnoide. Explicó que eso sucedió durante una temporada que su familia lo internó a la fuerza en el hospital Larco Herrera.
—Escribir es mi único refugio —concluyó.
—Todo artista es el resultado de un sufrimiento existencial.
—Yo creo que una de las grandes razones por las cuales el hombre se entrega al arte es la timidez.
—Los artistas son personas elegidas por Dios para pegarles en el culo a los imbéciles.
—Cuando confiesas que eres un hombre culto, inmediatamente sospechan de ti y te consideran peligroso. Mis padres decían que alentaban mi vocación y mira lo que hicieron.
—La forma como reaccionamos ante las circunstancias es lo que nos hace seres ordinarios o diferentes. No somos seres comunes, Coco. Somos extra-ordinarios.
—Hombres ordinarios para situaciones ordinarias; hombres extraordinarios para situaciones extraordinarias. Más simple no puede ser. Romper estas equivalencias supone truncar los desarrollos humanos. De cualquier modo se los agradezco porque si no tuviera el tipo de experiencias que tengo, no podría ser escritor. Sería sólo un habitante más, común y corriente, de este hermoso planeta.
—Nadie dijo que escoger el camino del arte como forma de vida era la vía más fácil. Recuerda a Van Gogh, a Gauguin. Es más, ya viste que muchas veces la gente de tu propia familia, tus seres queridos más cercanos, aquellos que más te aman, son los que más te desaniman, los que más te presionan para que dejes de escribir. Te dicen “lo que más quiero en la vida es que sigas escribiendo” o “sería la persona más feliz del mundo si pudieras vivir de lo que escribes”, pero en el fondo, en su fuero más íntimo, sólo quieren que trabajes como los demás, en un trabajo vulgar, como la gente “normal”, porque -según ellos- ésa es la única realidad válida de la vida. Debido a esa mentalidad, el escritor peruano tiene que sobrevivir como las putas, haciendo cosas que no quiere y que no debe.
—Escribir es mi verdadero trabajo. He cometido siempre el error de decir que “trabajo y en mis momentos libres escribo”. Es exactamente al revés. ¿Sí o no? Sólo soy feliz y libre cuando escribo. Ahora claro, si escribir es un trabajo, digamos que para mí es uno eventual; una especie de cachuelo. Escribir, en mi caso, es sinónimo de meterse en problemas. De todo tipo: existenciales, familiares, sexuales, sociales. Pero es justo lo que deseo y necesito para sentirme comprometido con mi vocación. Eso significa para mí ser romántico. A la literatura hay que tratarla como a las mujeres: de lejos, nomás. Si se mezcla uno mucho con ella, está condenado a perder. Un escritor debe tratar a la literatura como a su querida, jamás como a su esposa; corre el riesgo de cansarse pronto y de buscar placer en otros menesteres. No es aconsejable estudiar demasiado a la literatura; es preferible que la literatura lo estudie a uno.
No sé por qué se me ocurrió en ese momento recordar una frase que Picasso dijo a uno de sus discípulos:
— “Para descomponer una cosa, primero hay que saber componerla”.
—Soy un genio cuando las ideas están en mi mente —prosiguió Coco, como si no hubiera escuchado una palabra—, pero cuando me pongo a escribir, entonces soy el hombre más desgraciado sobre la tierra. Me deprime descubrir a cada paso lo poco original que soy. Bastante basura se ha escrito en los libros hasta el día de hoy. Con mucho orgullo, puedo decir que yo también he puesto mi aporte. Mucha gente me pregunta por qué escribo así, tan desdichadamente. Yo respondo simplemente porque los tiempos no están para ricuras.
Te conozco bien, Coco. La razón por la que nunca has ganado un concurso de cuentos es que un ají no puede jamás salir victorioso de una competencia entre mazamorras.       
—Escuché una vez las declaraciones de una escritora famosa. Decía que al descubrir su vocación empezó a escribir, pero sólo se sintió escritora cuando comprobó que estaba viviendo de ello. ¿Te imaginas eso? ¿Significa que si no vivía de lo que escribía no se consideraba escritora? Una declaración como ésa deja fuera del mundo de los escritores a idiotas como Kafka, Joyce, Vallejo, Faulkner y demás papanatas que nunca lograron vivir de lo que escribían. Pobres infelices mediocres.
—La literatura es una forma de evitar decir idioteces en público, pero a veces ni la literatura puede impedirlo.
—Conozco muchos escritores que deberían avergonzarse de lo que escriben. Uno de ellos soy yo mismo. Cualquier persona que lea lo que escribo podrá darse cuenta de que no soy un intelectual.
—Los lectores no merecen ningún respeto, Coco. Los conceptos estéticos vienen de acuerdo a la inteligencia de las personas. El hombre luminoso apreciará lo interior, tendrá capacidad para reconocer, descubrir y amar lo raro, lo extraño, tal vez lo exótico. Al hombre estúpido, en cambio, le gustará lo simple y puramente bonito.
—Respeto las opiniones de amigos como tú, pero en realidad no cuentan para valorar mi trabajo. Precisamente porque son mis amigos y es muy poco lo que saben de literatura y del quehacer literario. La pregunta que yo mismo me hago y cae por su propio peso es: ¿sé yo algo de literatura y del quehacer literario? En realidad no me interesa ser parte de nada. Me refiero a la comunidad de escritores. No me atraen los grupos, salvo por la posibilidad de levantarme una buena hembrita. Una poeta, quizás, o una periodista. Una crítica no estaría mal. Pero después de eso, nada. Todo es un floreo mutuo entre amigos. Sólo escribo para entender mi propia vida y para rendir homenaje a cada una de las etapas que he vivido y a las personas que forman parte de ellas.
—Entonces hay que seguir adelante.
—Mañana inicio un nuevo proceso. Tengo la sensación de que otra vez me tirarán los originales por la cara. Con tanta gente estrecha en este país, todo es posible. Por lo pronto, ya me adelantaron que el presidente del instituto es un hombre muy fino y que, por tal razón, tal vez existan inconvenientes para que apruebe mis textos.
—Ya temías algo así, ¿cierto?
—Me pidieron que escriba una carta explicando la intención del libro. La última vez rechazaron la solicitud porque el material “se alejaba demasiado de lo que ellos buscan”. Después dijeron “sin comentarios”. Entre paréntesis agregaron “No se pueden romper tantos esquemas”. Finalmente dijeron que el destino del manuscrito, debido a la sobrecarga de papel, sería el incinerador, y me aconsejaron no regresar más.
 —No tiene caso seguir buscando apoyo editorial en organismos gubernamentales. Lo más práctico es aceptar la realidad.
—No voy a escribir otra cosa sólo para satisfacer las expectativas de los demás. Comprendo que estoy fuera del circuito escribiendo lo que escribo. Pero, como dice Buñuel, “desafortunadamente no tengo otras ideas”. Tampoco me interesa escribir otra cosa. Tengo que ser honesto. Y escribir otra cosa, sólo para lograr aceptación de editoriales o agentes, sería como traicionarme a mí mismo.
Bien dicho, mi hermano.
Coco sacó de alguna parte un viejo álbum de Eric Clapton. Pero no había tocadiscos a la vista.
—De todos modos, escuchar música es un placer máximo cuando se disfruta en soledad.
Entonces empezó a cantar “Wonderful tonight”. Su inglés era bastante bueno. Nos aproximamos mirándonos fijamente a los ojos. Nos desnudamos el uno delante del otro, en silencio, y nos tomamos de las manos. Coco rebuscó entre sus libros. Halló una revista que en una de sus páginas interiores albergaba una copia de “La mujer desnuda acostada” de Van Gogh. La modelo sin ropa, de espaldas al pintor, exhibía una larga trenza negra, pero también unas recias nalgas. El detalle más conmovedor estribaba en que Coco, usando un colorete rojo incandescente, había dibujado sobre la comisura de esos carrillos algo envejecidos unos labios perturbadores, parecidos a los de Marylin Monroe.

Muchas cosas aprendí aquella noche de la conversación con mi querido amigo Coco López:

-Hay gente que hace poesía sin saberlo. Mientras que otros, como yo, por más que nos esforzamos nunca lo conseguimos. Lo único que queda entonces es estar atento para registrar lo más valioso que se llega a escuchar y llevarse luego los aplausos. Creo que éste es, en el fondo, el trabajo de un escritor.
-Muchos tratan de escribir creando belleza. Intentan ser elegantes con el lenguaje que emplean. Pretenden ser finos. Pero se olvidan que la belleza y la elegancia actuales residen en la crudeza y la suciedad. La frescura del lenguaje está en la ironía, el caos, el absurdo. No en la intelectualidad asfixiante. La actitud es lo que realmente cuenta al momento de escribir. Las palabras son sólo vehículos. Un lenguaje fino, elegante, intelectual sólo consigue que el lector busque otra cosa que hacer. Drogarse, por ejemplo.
-En arte, como en cualquier otra disciplina, hay dos clases de maestros: los que simplemente hacen las cosas y los que las explican. Generalmente entre los que explican casi nunca están los verdaderos artistas.
-Para poder limpiarse el recto, primero hay que cagar. En eso consiste el arte de escribir.
-Con la frondosa e infinita imaginación que me manejo es inevitable que sea escritor. De hecho, con esta cualidad insuperable y exquisita, que muchas veces me lleva a vivir literalmente en otros planetas, no podría ser otra cosa. Bueno, otra cosa no soy. Si fuera una persona normal, racional, sensata, centrada, no sería escritor.
-Un escritor debe escribir lo que tiene que escribir; no lo que los demás esperan o desean que escriba. Un escritor debe ser fiel a sí mismo y expresarse por encima de lo que imponga la crítica, la moda o el mercado.
-Tienes que ser libre para escribir. Pero también tienes que ser libre para leer. Los intelectuales (o quienes creen serlo) lamentablemente poseen (o sufren) la cualidad de analizarlo (y arruinarlo) todo. Los intelectuales matan el arte.
-A los artistas, más que por lo que hacen, se les conoce por lo que piensan, por lo que sienten, pero sobre todo por la  forma en que viven.
-Con la crisis económica actual se puede también aprender muchos conceptos nuevos. Inflación, circulación, recesión…son términos ahora fácilmente comprensibles puesto que forman parte de nuestras propias vidas. Éste es, sin embargo, uno de esos extraños procesos de aprendizaje en los que el estómago sufre más que la cabeza.
-Si eres artista, la plata nunca es suficiente para comprar ropa o comida, pero siempre alcanza para las pistolas.


Sobre el autor:
Fernando Morote. Piura, Perú-1962. Autor de las novelas “Los quehaceres de un zángano” (2009) y “Polvos ilegales, agarres malditos” (2011), el libro de relatos “Brindis, bromas y bramidos” (2013) y el poemario “Poesía Metal-Mecánica” (1994). Colaborador del Periódico Irreverentes de Madrid donde escribe, entre otros temas, artículos sobre cine clásico. Vive en Nueva York y trabaja como supervisor en una compañía de limpieza.


martes, 10 de febrero de 2015

"Palabra de occiso" de Jonathan Estrada - Paolo Astorga

Palabra de occiso

Palabra de occiso
Jonathan Estrada
(Kovac Editores, 2013)


“El poeta denuncia esa soledad de lo virtual, la melancolía que nos ha transformado en pusilánimes que al escapar de su propia realidad han perdido el sentido de su propia humanidad”.


Escrito por: Paolo Astorga

Palabra de occiso (Kovac Editores, 2013) del poeta peruano Jonathan Estrada (Lima, 1984) es un libro donde el testimonio de lo decadente deja su huella desoladora. El poeta se enfrenta a una realidad desmitificada y diluida en la culpa y la estupidez irracional. La hipocresía es el símbolo de lo real donde la inmensidad y la necesidad de decir, de denunciar las apariencias y lo podrido de las heridas de este mundo que se ha vuelto feliz en medio de miasmas y el hiperconsumo, hacen del vate un visionario, un testigo en carne propia del desmoronamiento del ser.

Dios es una moneda,
Que abulta los templos y centavos
En la colina de las cantatas
Y los reflectores en abundante secuencia.
Para ser desde su ruma
monumento de envidia y monolito de penitencia.

A lo largo de este intenso poemario vemos cómo la angustia se presenta como la violencia de la melancolía. La nada, el vacío de la existencia es simplemente la debilidad de la carne ante los deseos de ser y tener lo que se desea. El temor se convierte en iniquidad, en indiferencia frente al sentir que el mundo se destruye así mismo. El poeta ha visionado un apocalipsis cuya catástrofe es la cotidianidad, la rutina, el hábito del hombre "súper" que ha aceptado que lo violen sin parar y ha dejado de lado la necesidad de ser sustancia para convertirse en apariencia, en objeto de consumo colgado como res para ser devorado:

Porque las leyes ya no vienen de las tablas
Sino de las actas selladas del anonimato,
Que se escurre, se zambulle y te percude,
Hasta el haber soñado con volar…
Porque el vuelo es metálico,
Y el nado un eco de lo que fue un espacio llamado sueño.
Porque el beso está en vitrina
Y el amor a un tris de vivirse en foto,
Sonriendo en pálido intento,
Pues todos tienen que verlo
Y no hay peor eco que el rumor cero.

Y entonces el poeta en la incertidumbre de su ser encuentra el enigma de la muerte. Nuevamente el pensamiento es nada porque la angustia ante la muerte es inminente. Lo peor es tener conciencia de que es inevitable, de que la depredación es una actividad común, de que estamos obligados a una cruenta batalla contra nosotros mismos y la violencia de la sinrazón que se construye para divertirnos, para hacernos partícipes de nuestra lucha insignificante contra el mundo y sus “cuervos” que nos miran esperando incesantemente engullir nuestra carne doblegada por la satisfacción fofa de la felicidad.

Ese retraso que te agobia hasta la giba del puerco
 sonriente,
Esa solución magna que respeto y que atollo al tirar de la
 cadena,
Ese pararme cada día, cada hermoso día
En el umbral de la cornisa;
Y mirar los cuervos, cara a cara… siempre al acecho.

Como vemos este libro intenta despertar en nosotros no una conciencia que nos haga responsables de nuestro propio suicidio, sino entender que hemos perdido el sentido de nuestras alas de Ícaro y la rebeldía de querer liberarnos en medio de lo agreste. Nos hemos acobardado ante la cruda realidad que nos nace al estar solos y sin escusas ante un mundo que ya no quiere mirarse a sí mismo y entender que no hay otros, sino que uno es lo que se ha hecho. El poeta denuncia esa soledad de lo virtual, la melancolía que nos ha transformado en pusilánimes que al escapar de su propia realidad han perdido el sentido de su propia humanidad:

Desaparezco
Y con nosotros el girar de los brazos en círculos
Y las sombras juguetonas; maquillaje de apagones.
Las soledades eternas, que crujían sin espanto
Con la oreja pegada a la estación
En la hora sucedánea que pulía el encanto
Y esfumaba en pedazos los delirios.

(…)

Y la certeza de la inocencia, ametrallada
Y la campana de la escuela, saboteada
Y la escritura en contratapa, dinosauria
Y las estrellas de albedrío, asesinadas…
En el firmamento de una céntrica y fluorescente plaza.

(…)

Has vencido universo.
Allá me voy a recostare
Con mis amados ceros
Y mis queridos unos
Mis ceros y unos
Ceros y unos…

Observamos pues, esa disolución inminente en lo repetitivo que destruye y desvirtúa toda necesidad de asirse a un ideal, a un sueño.  La palabra es de la muerte, la única palabra posible que se produce desde lo inmóvil, la nada que apasiona, que se presenta como una salida, como un lugar posible que al final solo es un paliativo del sufrimiento eterno. Es la muerte, entonces, un fetiche para seguir siendo.

Cómete la tierra de gusto,
Porque no hay sabor más fresco.
Tómate la sangre y envenena cada vínculo de tu seso
Pues no hay mayor cáliz que el saberse sólo dueño de un
 féretro
Inquilino de una caja, invasor de un hueco.

En suma, Palabra de occiso de Jonathan Estrada, busca denunciar de un  modo crudo y visceral la necesidad por reencontrarnos en la melancolía de lo humano. He allí este libro entre la falsedad y el narcótico de los que viven amando a sus fetiches, a sus paraísos artificiales sin saber que su carne se pudre y la muerte los traga lentamente. He allí el poeta, un visionario, que desde la muerte como signo construye un libro desgarrador y a la vez testimonio de una realidad que se disfraza de encanto y lucidez.



jueves, 5 de febrero de 2015

Entrevista a Lynette Mabel Pérez - Paolo Astorga

Entrevista a Lynette Mabel Pérez
Yo siento que todo escritor tiene una responsabilidad para con su tiempo”.



Entrevista realizada por: Paolo Astorga



¿Desde cuándo comenzó a escribir? ¿Por qué?
Empecé a escribir a los trece cuando mi profesora de español nos pidió hacer un poema, el mío se tituló la “Rosa Negra”, tenía en mi mente muy frescas las letras de Bécquer: “qué solos se quedan los muertos”.

¿Qué es para usted la Poesía?
Esa imagen que flota sobre las cosas buscando hacerse palabra y en su deseo escoge algún medium que con un poco de suerte nos dará un pálido reflejo de ella.

Cuéntanos sobre su vida, sus obras, sus proyectos, su actividad literaria.
Estudié Educación. Varias de mis electivas en la universidad fueron en humanidades, sociología y psicología, me gustaba todo lo que me ayudara a entender las sociedades.  Escribía mis reflexiones en una libretita, también poemas, pero luego de casarme y tener hijos me concentré en la vida familiar. En el 2010 participé de un taller de escritura confesional con Mairym Cruz-Bernal y conocí al poeta Marioantonio Rosa que me motivó a publicar.

¿Cómo define su poesía?
Diría que todavía estoy experimentando.

¿Cree que el poeta es un ser obsesivo?
Mucho. Yo tengo mis temas recurrentes.

¿Qué escritores o poetas han influenciado en su producción literaria?
Cuando niña leía a  Andersen y a los Grimm … De adolescente fueron Agatha Cristie, Sir Conan Doyle, Lovecraft, Bécquer, Julia y  Poe. Luego llegaron Rosario Castellanos, el incomparable Vallejo, Kafka, Asimov, Bradbury, Cortázar, Borges y Nietzshe. Más recientemente Mairym Cruz Bernal, Mayda Colón y María Soledad Calero. Las tres tratan temas que no se deben dejar en la oscuridad. Sigo leyendo. Sigo descubriendo nuevos autores que me hablan.

¿Qué tan importante para usted es la literatura?
Es mi pasión, como la vida, como la familia.

¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
Para mí sí. Yo siento que todo escritor tiene una responsabilidad para con su tiempo.

¿Cuál es el fin de su poética?
Dejar testimonio de mi tiempo, de lo bueno y de lo malo.

¿Cómo ha cambiado su lenguaje poético a través de los años?
Yo rimaba, todavía me gusta la rima, pero ya no la utilizo, fue un cambio paulatino.

Dentro de su  producción literaria, ¿Qué obra elegiría usted por optar en una en especial?
Tal vez “Mundo cero”, me parece que tiene mucho de mi visión de mundo.

¿Qué hace antes de escribir?
No tengo una rutina, es algo que nace espontáneamente, aunque muchas veces he estado escuchando música o mirando un cuadro, que son otra forma de poesía.

¿Qué opinión tiene usted sobre la poesía que se publica en la actualidad?
Me parece que estamos en un tiempo de efervescencia, eso siempre presagia cambios. Yo creo que hay mucho texto interesante y mucha variedad de estilo. Yo soy una observadora, sigo leyendo.

¿Qué es para usted un buen libro?
Como dijo Kafka, aquel que me conecte un puño en el hígado.

¿Cómo ve usted hoy por hoy la industria editorial? ¿Cómo autor, qué soluciones le daría a este problema?
En el 1992 había seis editoriales importantes, tres de ellas subsidiadas por el gobierno, si tu obra llamaba la atención de alguna de esas tres, podían leerla nuestros niños, si no otra  era la historia, y hace falta que se actualicen las lecturas suplementarias en nuestras escuelas;  hoy hay unas cuantas editoriales nuevas, pero el panorama editorial no ha cambiado mucho.

¿Cree en los concursos o certámenes literarios?
No me preocupo mucho de ello, hay de todo.

¿Qué opina de las nuevas formas de difusión literaria por Internet, como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura, redes sociales, entre otras?
Los soportes de las innovaciones tecnológicas tienen, hoy más que nunca, un rol protagonico en la literatura. Muchos escritores puertorriqueños, residentes de la isla y compatriotas en la diáspora, tienen blog o páginas web propias.  Una colega, Marlyn Cruz Centeno, llevó con éxito un taller virtual de escritura creativa desde su blog. Algunos colegas (Marlyn, Luis Francisco Cintrón, Miranda Merced y Christian Marrero) hemos iniciado un proyecto literario de reseñas y escritura cretiva. Creo que se pueden lograr muchas cosas desde las redes.

¿Cuáles son las obras que recomienda leer?
“Prosac” de Mayda Colón y “Parque prospecto” de Karen Sevilla, por nombrar algunos poetas puertorriqueños de reciente publicación. Clásicos, todo lo que puedas encontrar de Poe, Bradbury, Rosario Castellanos y Vallejo.

¿Cuál es el consejo que daría a los nóveles poetas?
Yo me considero todavía una poeta novel.

Por último: ¿desea agregar algo más?
Creo que quisiera hacerme eco de unas palabras que escribió Castellanos, hablando de la madre literatura: “He aquí la obra, el libro. Duerma mi último día su sombra”.



Poemas de la autora


Sueño de leche

                                               a Nayeli Dinos, mi pequeña

La gran ruleta apuesta a la vida.
Ahí comienza el misterio.
Asoma el milagro.
María es visitada por el ángel.
Y el ángel está sobre su vientre.
La voz es la madre.
La letra también.
Mi cuerpo es el texto.
El cordón nunca se corta.
Sueño de leche.
Tinta blanca en la boca de mi hija.
- Heimweh -
Líquido fuimos y al líquido volveremos.

De lo trivial a lo profundo
Siempre hay algo que se pierde
en medio de la apiñada muchedumbre:
el gesto leve que se hacen dos amigos,
una visión distinta del mundo,
un aire de libertad y emancipación
que trata de respirar, de abrirse
a una miríada de emociones nuevas.

Siempre hay algo que se pierde
en medio de la apiñada muchedumbre:
cierto espíritu de solidaridad,
unas fuerzas atropelladas por otras,
pequeños acontecimientos cotidianos,
como esos deditos chiquitos
que se amarran con fuerza a un pulgar,
demasiadas cosas que no vemos.



Un café con Rosario Castellanos

"Desde hace años, lectura,
tu lento arado se hunde en mis entrañas"
Rosario Castellanos

Hace tiempo que te esperaba,
quería bridarte esta sonrisa de amiga,
encontrarme en páginas de sobremesa contigo,
más allá del aleteo de los cuervos negros,
por encima de los que fuman su cigarro,
sé que te gustan esos instantes
en que la cafetera silba su tonada,
en que la ternura flamea su constancia,
en donde la plenitud consiste
como dices "en ser y dejar pasar".

Por eso he pagado este café
que humea junto a tu libro entumecido,
leo tus palabras para reanimarte en mi mente,
pero Frida, Julia y tú nunca andan lejos,
hace rato que guardo silencio,
mis oídos cansados del ruido
se niegan a escuchar otra cosa
que no sea el pasar de las hojas amarillas.

Comulgamos, recordamos
a Malinche, Tlatelolco y el crimen de ser mujeres,
te presento a Nayeli y tú me hablas de Gabriel,
del tiempo transcurrido en Israel,
de lo que se siente al vivir en tierra extraña,
de la lámpara que cae,
del destino último de las cosas,
me levanto,
dejo una mesa vacía,
dos tazas de café intactas
y me sumo a los que sufren la lluvia inclemente
del día a día.

El  último libro del estante

Ayer se rompieron los zapatos de tacón
que descansaban junto a las magnolias.
Faltan dos minutos para el mediodía.
Me lastimo al frotar contra el índice
la mancha de tinta que apartó el tiempo.
Observo el libro en lo alto del estante
y arreglo el botón superior de mi blusa
mientras paso un dedo sobre su lomo.
La caricia de una amante a su libro.

22 de julio de 2014


Eucalipto

Las hojas caen en el naranja de la tarde,
la tierra donde descansan es su nido,
se alza allá en la lejanía, un bosque,
los eucaliptos son altos y delgados,
sus ramas compiten por la luz,
la necesitan, como todos los seres,
nadie se salva de existir,
ni siquiera un eucalipto en Kenko.

23 de julio de 2014


Sobre la autora:
Lynette Mabel Pérez. Mocana, nace en Puerto Rico en el 1976. Tiene una Maestría en Artes del lenguaje, de la Universidad Interamericana de Puerto Rico. Ha publicado cinco libros: Imaginería (Isla Negra Editores), el plaquette de poesía Psicodelias Urbanas, Mundo cero bajo el sello de Verde Blanco, es coautora de Mujer moderna y Ars memoriae bajo el mismo sello.  Fue profesora en la Universidad Metropolitana, Recinto de Aguadilla y actualmente trabaja en Columbia Centro Universitario de Caguas.