domingo, 20 de septiembre de 2015

"Ciudad cotidiana" de Giovanni Fernández Valdés - Paolo Astorga

Ciudad cotidiana

Ciudad cotidiana
Giovanni Fernández Valdés
(Amotape Libros, 2015)


“A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades.


Escrito por: Paolo Astorga


Ciudad cotidiana (Amotape Libros, 2015) de Giovanni Fernández Valdés (La Habana, Cuba, 1980) Es el recorrido poético por una ciudad que es un gran cuerpo vivo y a la vez ausente. La ciudad es siempre el lugar simbólico para construir la nostalgia y la pérdida, porque la muerte es un silencio sostenido hecho memoria. El poeta sabe que sus contemplaciones son siempre visiones fantasmales de una realidad que se hace pedazos, que se hace añicos de objetos amados. La ciudad, siempre la ciudad, es un gran campo de ilusiones y frustraciones donde surgen los sueños y la esperanza de ser un poco más que palabras:

Un amor que ya no está.

Solo observo tus fantasmas. Los he visto sobre altos pastos y grietas que cubren sombras de mi cuerpo. Buscaron las manos de mi hermano mientras enterraba a su madre y se quedaron en la última piedra dejada a la difunta. Allí regresé en la oscuridad de lo prohibido, donde surge la inmortal aquiescencia y las hojas marchitadas por el viento. Mis gritos fueron tus sueños; mis sudores, agonía en el espanto de tu lecho y en tus cartas inconclusas que mi hermano no pudo leer. Quise escucharte mientras te dejábamos las flores, pero aparecieron espejismos y almas enajenadas reviviendo del olvido. Ya no creo en la simple dialéctica del "Oscuro".

A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades. Hay un profundo vaivén sostenido que nos mueve de la ternura a la cruda realidad. Toda destrucción es memoria, toda destrucción es siempre un estadio del abandonado, del que intenta presionar su cadáver en busca, no de una respuesta, sino de un lugar para el hablar, para la expresión. La esperanza es esa llave secreta que se esfuerza por cantar sus arrullos entre la ceniza:

Una mujer llorosa en el verano de 1990

No siempre se desea morir en el vientre de la bestia. No siempre el fuego, las consignas y las palabras recuperan los abrazos y los odios de las familias separadas por el mar. La música en tu oído: nota fugaz de tristes penetraciones y gemidos, caracol y estrella perdida. Tu ser, asustada égloga, reside en mis enigmas, en la tierra árida. ¿Dónde están tus esperanzas? La muerte viaja en la respiración de un pez. Los niños son peces que juegan en la arena mientras dibujan castillos y predicen diluvios a sus generaciones futuras, no se detienen en proclamar lo deshabitado, lo torpe, los disturbios de los dioses que ya no existen en sus cabezas. Disparan la peonza sobre libros de marxismo, deshaciéndolos con la cuerda áspera que perturba el sueño. ¿Dónde están sus esperanzas? Lo hallado fue indiferente, las tormentas lo robaron todo: las luces, los horizontes, las dudas, el polvo sobre los ojos de los párvulos y el amor y el sexo y los ruidos.
           
Y mientras nuestro viaje se hace más hondo, la muerte se hace más lenta, pero no por eso menos intensa. Sin embargo, el poeta intenta eternizar la inocencia y la ternura como una forma de resistencia. La muerte entonces es el mismo tiempo que rebasa las posibilidades, que hace que los objetos se nos enfrenten. El viejo y el niño van muriendo hasta hacerse fantasmas de un instante. Y entonces renace la naturaleza que se lentifica ante la muerte. El poeta sin saberlo, nos está mostrando el universo mismo de las cosas y su estrecha relación con los estados de ánimo, su estrecha relación con nuestras metáforas, nuestros anhelos que se vuelven excusas de movimiento, lenguaje inmóvil:

Sentado con mi abuelo en el columpio de Juan Diego

“...estos días terribles...”
SILVIO RODRÍGUEZ


Llueve en los ojos del que muere sin remedio. Se anuncian los recuerdos: el empedrado deshecho por los niños con sus trompos. El ciego camina y el destino ha sido convocado por los ancestros. Siguen los recuerdos; los zapatos llenos de fango patean los angostos pinos del patio; el tirapiedras mata lagartijas y gorriones; la humedad de la casa y los besos de la madre lo salvan del hambre. Por lo demás, solo quedan una bicicleta y un circo de viejos payasos. Nada más se observa en la línea torpe del horizonte. Luego los fantasmas aparecen surcando tu pensamiento, con palabras roídas por el tiempo. Te anuncian que los niños se acercan presurosos; se sonríen desafiantes, indiferentes; el sudor aparece en tus manos sucias, lluviosas. Sabes que hoy mueres sin remedio, mientras el olor de la leña aún llega a tu cuerpo y lo exorciza o, mejor, roza la punta del nombre de la estrella que la acusa: la mía.

Entonces no se puede huir ya de la ciudad. La ciudad que se hace cotidiana y de la que ya nadie resiste las disoluciones. Es en esa ciudad, la nuestra y la ajena, donde la desilusión constituye la mediocridad de los que por ella pasan como sombras difuminándose en el vacío. La gran bestia, la ciudad, no es un rugiente gigante hambriento, solo es lo cruel de los silencios, lo fulminante de la indiferencia. La soledad es nuevamente la aparente calma, la tensión de la vacuidad entre el deseo y el más cruento olvido:

Caminando por el muro del Malecón

Cada parte del mundo y cada secreto que inunda las calles de La Habana se agazapan en los libros de historia. Pocos pueden hablar, solo existen cuando observo lo inevitable: el aburrimiento de los adolescentes que se inyectan opio y alucinaciones, el deseo de emigrar sin volver atrás y la locura de los viejos que cada vez están más solos. Mentira es tu respuesta, pero es algo común; somos mansos animales que pacen bajo los ojos de la ciudad. Las calles de La Habana semejan un ajedrez antiguo. Cada hombre participa en el robo de su propio hijo y de sus tierras, donde los payasos ríen de sus piruetas malditas y lloran por las canciones tristes. Aquí, todo es inofensivo y vacío; nuestros cuerpos existen en una prosa común y mediocre. ¡No hay remedio para esta niebla de olvidos!

No obstante, no se puede escapar a los juegos de luz. Fernández ha construido este libro para mostrarnos una dialéctica luminosa. La luz es siempre una actitud frente a las imágenes que se imprimen en el lenguaje de la memoria. Es siempre un flujo inconstante y a veces oculto de vida. La luz no solo es lo que devela el mundo, sino es también aquello que lo oculta, que lo hace aparentemente perfecto. La vida en este libro es siempre matices de luz y movimiento. No se puede escapar a lo inevitable: Vivir en el caos de una urbe que está sitiada por la inmensidad del mar.

Pesadilla # 1


Cada espacio es cercado por las sombras. No existen misterios en las casas hechizadas, las esfinges habaneras los lanzaron a las tempestades y a los vientos. Crecieron los hijos; huyeron sin adioses y murieron a la postre. Las mujeres eran cenizas, esclavas de hachas y piedras cortantes, arbustos que se aglutinaban en pozas de azufre. La sequía fue el sacrificio a los dioses. El caos fue al fin universo; todos esperaban la sentencia; el hombre la olvidó; fue un pacto aburrido y nupcial, un pergamino de guerra. El caos participó de la apuesta, el hombre o lo invisible, el hombre o lo terrible, y despedazó nostalgias, criaturas dormidas, océanos y restos de un caracol herido. El caos fue diluvio y resurrección; el imposible para la vida en el cosmos; la duda sobre dígitos y máquinas. Un hombre exige el hambre; las mujeres, el silencio; y los niños, el final. Se acercan a la planicie donde caen los sauces y se desprecia a las olas del mar. No existe nada mejor al caos cuando se pierden los sueños.

Y mientras más nos acercamos al corazón de la ciudad, más nos sabe a desierto  y pesadilla. La pesadilla es la violencia del olvido, la indiferencia ante el recuerdo y las memorias que son fantasmas de imágenes prendadas de naturaleza, de cielo, de dioses, de niños que frustran su infancia inmolándose de sueños.

Pero quizás el apartado más intenso de este libro es la segunda parte y particularmente el poema Ciudad cotidiana, cuyo signo dialéctico es la esperanza y la desilusión, no obstante el poeta nos muestra la furia de la miseria y la esperanza de un pueblo por querer llegar al destino de sus sueños. Lo humano no está en la violencia de los desgarramientos, de la muerte, sino en esa irracional pasión por perennizarse en el ideal, en la necesidad de vida. 

Ciudad cotidiana

A Yasser, Scull, Cordoví, Carlos y Alberto


Abandonamos la bahía de La Habana.
Nos fugamos mar adentro.
Los amigos nos despiden desde la orilla
y nuestras esposas tienen las manos en el rostro.
Somos víctimas de un país que emigra y teme.

Nos alejamos en el bote.
Nos sofocamos.
Sudamos el frío de los dedos.
Gemimos como torres demolidas,
cuando los escualos nos esperaron para su festín.
Caímos presurosos, inevitables en sus bocas.
¿Quién podría asegurar
que llegaríamos a la otra orilla,
con el cuerpo mordido y cansado?
Escapé de "La fiesta de los tiburones"
solo cuando la balsa se enterró en la orilla
entre el odio y la muerte,
mas no lloré.

Desde el muro del Malecón
observo a un pueblo
que rema hacia el Norte.
No ignoran
el festín que les espera
como un caos que vive en la memoria.


Con un lenguaje intenso, poblado de imágenes de la memoria y de la infancia, entre lo fantástico y la violencia del tiempo, Ciudad cotidiana nos muestra esa isla que es la experiencia vital de los hombres y mujeres que luchan diariamente contra sus propios demonios. Giovanni Fernández Valdés no busca solo entregarnos el producto de un  lenguaje decantado y bello, sino que en sus palabras de ternura y soledad se intenta la reivindicación de los abandonados, la necesidad de ser los otros y la vez mostrarnos con fuerza y plenitud la ciudad que se esconde entre la simpleza de lo eterno.

1 comentario:

  1. Muchas gracias Paolo por tan apasionada reseña sobre mi poemario Ciudad Cotidiana. Me ha encantado la manera en la que has comprendido el libro y cómo lo has reflejado en tu texto. Muchas gracias!!!

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