Ciudad cotidiana
Ciudad cotidiana
Giovanni Fernández Valdés
(Amotape Libros, 2015)
“A lo largo de este breve pero intenso poemario podemos
mapear el esfuerzo violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria
que resiste en la esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas,
sus reminiscencias esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus
imposibilidades.”
Escrito por: Paolo Astorga
Ciudad
cotidiana (Amotape
Libros, 2015) de Giovanni Fernández Valdés (La Habana, Cuba, 1980) Es el
recorrido poético por una ciudad que es un gran cuerpo vivo y a la vez ausente.
La ciudad es siempre el lugar simbólico para construir la nostalgia y la pérdida,
porque la muerte es un silencio sostenido hecho memoria. El poeta sabe que sus
contemplaciones son siempre visiones fantasmales de una realidad que se hace
pedazos, que se hace añicos de objetos amados. La ciudad, siempre la ciudad, es
un gran campo de ilusiones y frustraciones donde surgen los sueños y la
esperanza de ser un poco más que palabras:
Un amor que ya no está.
Solo
observo tus fantasmas. Los he visto sobre altos pastos y grietas que cubren
sombras de mi cuerpo. Buscaron las manos de mi hermano mientras enterraba a su
madre y se quedaron en la última piedra dejada a la difunta. Allí regresé en la
oscuridad de lo prohibido, donde surge la inmortal aquiescencia y las hojas
marchitadas por el viento. Mis gritos fueron tus sueños; mis sudores, agonía en
el espanto de tu lecho y en tus cartas inconclusas que mi hermano no pudo leer.
Quise escucharte mientras te dejábamos las flores, pero aparecieron espejismos
y almas enajenadas reviviendo del olvido. Ya no creo en la simple dialéctica
del "Oscuro".
A
lo largo de este breve pero intenso poemario podemos mapear el esfuerzo
violento por mostrarnos los desmoronamientos de una memoria que resiste en la
esperanza de los lenguajes. El poeta confiesa sus pérdidas, sus reminiscencias
esbozándonos una serie de personajes que viven presas de sus imposibilidades.
Hay un profundo vaivén sostenido que nos mueve de la ternura a la cruda
realidad. Toda destrucción es memoria, toda destrucción es siempre un estadio
del abandonado, del que intenta presionar su cadáver en busca, no de una
respuesta, sino de un lugar para el hablar, para la expresión. La esperanza es
esa llave secreta que se esfuerza por cantar sus arrullos entre la ceniza:
Una mujer llorosa en el verano de 1990
No
siempre se desea morir en el vientre de la bestia. No siempre el fuego, las
consignas y las palabras recuperan los abrazos y los odios de las familias
separadas por el mar. La música en tu oído: nota fugaz de tristes penetraciones
y gemidos, caracol y estrella perdida. Tu ser, asustada égloga, reside en mis
enigmas, en la tierra árida. ¿Dónde están tus esperanzas? La muerte viaja en la
respiración de un pez. Los niños son peces que juegan en la arena mientras
dibujan castillos y predicen diluvios a sus generaciones futuras, no se detienen
en proclamar lo deshabitado, lo torpe, los disturbios de los dioses que ya no
existen en sus cabezas. Disparan la peonza sobre libros de marxismo,
deshaciéndolos con la cuerda áspera que perturba el sueño. ¿Dónde están sus
esperanzas? Lo hallado fue indiferente, las tormentas lo robaron todo: las
luces, los horizontes, las dudas, el polvo sobre los ojos de los párvulos y el
amor y el sexo y los ruidos.
Y
mientras nuestro viaje se hace más hondo, la muerte se hace más lenta, pero no
por eso menos intensa. Sin embargo, el poeta intenta eternizar la inocencia y
la ternura como una forma de resistencia. La muerte entonces es el mismo tiempo
que rebasa las posibilidades, que hace que los objetos se nos enfrenten. El
viejo y el niño van muriendo hasta hacerse fantasmas de un instante. Y entonces
renace la naturaleza que se lentifica ante la muerte. El poeta sin saberlo, nos
está mostrando el universo mismo de las cosas y su estrecha relación con los
estados de ánimo, su estrecha relación con nuestras metáforas, nuestros anhelos
que se vuelven excusas de movimiento, lenguaje inmóvil:
Sentado con mi abuelo en el columpio de
Juan Diego
“...estos
días terribles...”
SILVIO
RODRÍGUEZ
Llueve
en los ojos del que muere sin remedio. Se anuncian los recuerdos: el empedrado
deshecho por los niños con sus trompos. El ciego camina y el destino ha sido
convocado por los ancestros. Siguen los recuerdos; los zapatos llenos de fango
patean los angostos pinos del patio; el tirapiedras mata lagartijas y
gorriones; la humedad de la casa y los besos de la madre lo salvan del hambre.
Por lo demás, solo quedan una bicicleta y un circo de viejos payasos. Nada más
se observa en la línea torpe del horizonte. Luego los fantasmas aparecen
surcando tu pensamiento, con palabras roídas por el tiempo. Te anuncian que los
niños se acercan presurosos; se sonríen desafiantes, indiferentes; el sudor
aparece en tus manos sucias, lluviosas. Sabes que hoy mueres sin remedio,
mientras el olor de la leña aún llega a tu cuerpo y lo exorciza o, mejor, roza
la punta del nombre de la estrella que la acusa: la mía.
Entonces
no se puede huir ya de la ciudad. La ciudad que se hace cotidiana y de la que
ya nadie resiste las disoluciones. Es en esa ciudad, la nuestra y la ajena,
donde la desilusión constituye la mediocridad de los que por ella pasan como
sombras difuminándose en el vacío. La gran bestia, la ciudad, no es un rugiente
gigante hambriento, solo es lo cruel de los silencios, lo fulminante de la
indiferencia. La soledad es nuevamente la aparente calma, la tensión de la
vacuidad entre el deseo y el más cruento olvido:
Caminando por el muro del Malecón
Cada
parte del mundo y cada secreto que inunda las calles de La Habana se agazapan en
los libros de historia. Pocos pueden hablar, solo existen cuando observo lo
inevitable: el aburrimiento de los adolescentes que se inyectan opio y
alucinaciones, el deseo de emigrar sin volver atrás y la locura de los viejos
que cada vez están más solos. Mentira es tu respuesta, pero es algo común;
somos mansos animales que pacen bajo los ojos de la ciudad. Las calles de La
Habana semejan un ajedrez antiguo. Cada hombre participa en el robo de su
propio hijo y de sus tierras, donde los payasos ríen de sus piruetas malditas y
lloran por las canciones tristes. Aquí, todo es inofensivo y vacío; nuestros
cuerpos existen en una prosa común y mediocre. ¡No hay remedio para esta niebla
de olvidos!
No
obstante, no se puede escapar a los juegos de luz. Fernández ha construido este
libro para mostrarnos una dialéctica luminosa. La luz es siempre una actitud
frente a las imágenes que se imprimen en el lenguaje de la memoria. Es siempre
un flujo inconstante y a veces oculto de vida. La luz no solo es lo que devela
el mundo, sino es también aquello que lo oculta, que lo hace aparentemente
perfecto. La vida en este libro es siempre matices de luz y movimiento. No se
puede escapar a lo inevitable: Vivir en el caos de una urbe que está sitiada
por la inmensidad del mar.
Pesadilla # 1
Cada
espacio es cercado por las sombras. No existen misterios en las casas
hechizadas, las esfinges habaneras los lanzaron a las tempestades y a los
vientos. Crecieron los hijos; huyeron sin adioses y murieron a la postre. Las
mujeres eran cenizas, esclavas de hachas y piedras cortantes, arbustos que se aglutinaban
en pozas de azufre. La sequía fue el sacrificio a los dioses. El caos fue al
fin universo; todos esperaban la sentencia; el hombre la olvidó; fue un pacto
aburrido y nupcial, un pergamino de guerra. El caos participó de la apuesta, el
hombre o lo invisible, el hombre o lo terrible, y despedazó nostalgias,
criaturas dormidas, océanos y restos de un caracol herido. El caos fue diluvio
y resurrección; el imposible para la vida en el cosmos; la duda sobre dígitos y
máquinas. Un hombre exige el hambre; las mujeres, el silencio; y los niños, el
final. Se acercan a la planicie donde caen los sauces y se desprecia a las olas
del mar. No existe nada mejor al caos cuando se pierden los sueños.
Y
mientras más nos acercamos al corazón de la ciudad, más nos sabe a
desierto y pesadilla. La pesadilla es la
violencia del olvido, la indiferencia ante el recuerdo y las memorias que son
fantasmas de imágenes prendadas de naturaleza, de cielo, de dioses, de niños
que frustran su infancia inmolándose de sueños.
Pero
quizás el apartado más intenso de este libro es la segunda parte y
particularmente el poema Ciudad cotidiana, cuyo signo dialéctico es la
esperanza y la desilusión, no obstante el poeta nos muestra la furia de la
miseria y la esperanza de un pueblo por querer llegar al destino de sus sueños.
Lo humano no está en la violencia de los desgarramientos, de la muerte, sino en
esa irracional pasión por perennizarse en el ideal, en la necesidad de
vida.
Ciudad cotidiana
A
Yasser, Scull, Cordoví, Carlos y Alberto
Abandonamos la bahía
de La Habana.
Nos fugamos mar
adentro.
Los amigos nos
despiden desde la orilla
y nuestras esposas
tienen las manos en el rostro.
Somos víctimas de un
país que emigra y teme.
Nos alejamos en el
bote.
Nos sofocamos.
Sudamos el frío de los
dedos.
Gemimos como torres
demolidas,
cuando los escualos
nos esperaron para su festín.
Caímos presurosos,
inevitables en sus bocas.
¿Quién podría asegurar
que llegaríamos a la
otra orilla,
con el cuerpo mordido
y cansado?
Escapé de "La
fiesta de los tiburones"
solo cuando la balsa
se enterró en la orilla
entre el odio y la
muerte,
mas no lloré.
Desde el muro del
Malecón
observo a un pueblo
que rema hacia el
Norte.
No ignoran
el festín que les
espera
como un caos que vive
en la memoria.
Con
un lenguaje intenso, poblado de imágenes de la memoria y de la infancia, entre
lo fantástico y la violencia del tiempo, Ciudad cotidiana nos muestra esa
isla que es la experiencia vital de los hombres y mujeres que luchan
diariamente contra sus propios demonios. Giovanni Fernández Valdés no busca
solo entregarnos el producto de un
lenguaje decantado y bello, sino que en sus palabras de ternura y soledad
se intenta la reivindicación de los abandonados, la necesidad de ser los otros
y la vez mostrarnos con fuerza y plenitud la ciudad que se esconde entre la
simpleza de lo eterno.
Muchas gracias Paolo por tan apasionada reseña sobre mi poemario Ciudad Cotidiana. Me ha encantado la manera en la que has comprendido el libro y cómo lo has reflejado en tu texto. Muchas gracias!!!
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